El panorama para el gigante tecnológico se nubla, con sus ganancias anuales evaporadas y un pesimismo que se apodera de Wall Street. La paradoja es evidente: mientras Amazon despliega una ofensiva multimillonaria para construir la infraestructura del futuro en la nube e inteligencia artificial, la confianza de los inversores se desvanece. La pregunta que ronda los mercados es clara: ¿consumirán los costos desbordados todos los beneficios antes de que la IA comience a generar rendimientos tangibles?

El escepticismo opaca las grandes apuestas
La reacción del mercado no se hizo esperar. Tras anunciar una inversión colosal de tres mil millones de dólares para un nuevo centro de datos en Mississippi, diseñado para albergar servidores de IA de última generación y crear cientos de puestos de trabajo, la acción de Amazon respondió con debilidad. La euforia inicial del mes se desvaneció por completo, dejando al título no solo lejos de sus máximos recientes, sino también en números rojos en lo que va del año. Una caída de más del 10% desde enero subraya la gravedad de la percepción actual.
El enfoque del mercado es implacablemente cortoplacista, ignorando los planes de crecimiento a largo plazo para concentrarse en los riesgos inmediatos que acechan al sector tecnológico. La desconexión entre la visión corporativa y el sentimiento inversor nunca había sido tan marcada.
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La división AWS en el punto de mira
El debate se centra en el negocio de la nube, AWS. En el tercer trimestre, esta división demostró un vigor notable, con un crecimiento de ingresos del 20%, una mejora significativa respecto al trimestre anterior. Algunos analistas, como los de Morgan Stanley, mantienen su optimismo, proyectando para 2026 un potencial de crecimiento de hasta el 25%, impulsado por una acumulación masiva de pedidos relacionados con aplicaciones de inteligencia artificial. Su precio objetivo de 315 dólares por acción refleja esta fe en el futuro.
Sin embargo, el consenso está lejos de ser unánime. La voz discordante la ha puesto la firma Rothschild, que ha rebajado su calificación para la acción a "Neutral". Su argumento señala la duda crucial que persigue a la compañía: la incertidumbre sobre la rentabilidad real de las cargas de trabajo de IA. Aunque Amazon parece tener una valoración atractiva con un ratio PEG (Relación Precio-Beneficio-Crecimiento) de 1,4, muy por debajo de sus competidores, este descuento es precisamente el reflejo de las dudas que genera su estrategia.
La brecha entre inversión y retorno
El meollo del problema reside en la creciente divergencia entre los desembolsos y los ingresos. La compañía está inyectando miles de millones en chips, servidores y nuevas ubicaciones para no quedarse atrás en la carrera global por la supremacía en IA. No obstante, los inversores empiezan a impacientarse, cuestionando cuándo estas enormes sumas de capital se traducirán en beneficios concretos para el balance.
Mientras los gastos en infraestructura continúen su escalada a un ritmo más veloz que las ganancias en eficiencia generadas por la inteligencia artificial, es probable que la acción permanezca bajo una presión constante. El mercado exige pruebas contundentes de que esta apuesta multimillonaria no solo generará volúmenes de negocio, sino también márgenes de rentabilidad saludables. Hasta que eso ocurra, Amazon se mantendrá como un coloso que camina sobre un terreno inestable.
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