La división de fabricación de Intel, Intel Foundry, ha dado un paso crucial en su estrategia de reconversión. Su planta Fab 52, ubicada en Chandler, Arizona, ha entrado en una fase de producción en volumen de chips utilizando el nodo de fabricación más avanzado que existe actualmente en suelo estadounidense. Este logro técnico, sin embargo, contrasta con las persistentes dudas sobre la viabilidad financiera de esta ambiciosa apuesta.

Capacidad y tecnología líder en EE.UU.
La fábrica, que ya opera a pleno rendimiento, tiene una capacidad de producción que supera las 10.000 obleas semanales con su proceso 18A. Esta cifra se traduce en aproximadamente 40.000 obleas al mes, duplicando así el volumen que su principal competidor, TSMC, maneja en su planta Fab 21, también situada en Arizona. La ventaja de Intel no es solo cuantitativa, sino también cualitativa: el nodo 18A es tecnológicamente superior a los procesos N4 y N5 que TSMC emplea actualmente en sus instalaciones norteamericanas.
Este proceso de vanguardia integra dos innovaciones clave: transistores RibbonFET y una tecnología de suministro de energía por la parte trasera llamada PowerVia. Según la compañía, esto se traduce en una mejora del rendimiento por vatio del 15% en comparación con su anterior generación, Intel 3. Para lograrlo, la Fab 52 cuenta con una superficie de sala blanca de un millón de pies cuadrados y al menos 15 máquinas de litografía ultravioleta extrema (EUV) suministradas por ASML.
El desafío pendiente: la eficiencia de fabricación
A pesar del despliegue de capacidad, el verdadero obstáculo para la rentabilidad reside en el rendimiento de fabricación, conocido como yield. La propia empresa reconoce que los niveles de producción eficiente del proceso 18A aún deben escalarse. La dirección no anticipa alcanzar valores de "clase mundial" hasta finales de 2026 o principios de 2027. Este calendario pospone, en consecuencia, el momento en que el negocio foundry comenzará a generar beneficios.
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Las cifras del tercer trimestre de 2025 reflejan esta realidad. Intel Foundry reportó unos ingresos de 4.200 millones de dólares, pero acompañados de una pérdida operativa de 2.300 millones. Las previsiones no apuntan a números negros antes de 2026. Los primeros productos basados en 18A llegarán al mercado en ese horizonte: el procesador para clientes Panther Lake está previsto para enero de 2026, y el chip para servidores Xeon 6+ en la primera mitad del mismo año.
Un dilema estratégico y el apoyo financiero
La compañía enfrenta una contradicción estructural. Al actuar simultáneamente como diseñador de sus propios chips y como fundición para terceros, Intel compite directamente con potenciales clientes como AMD y Nvidia. Esta dualidad genera una barrera de confianza que complica la captación de negocios externos. Algunos expertos, como el exmiembro del consejo David Yoffie, han sugerido una escisión de la unidad foundry para superar este escollo. No obstante, las condiciones de la ley CHIPS Act exigen que Intel mantenga al menos un 51% de propiedad sobre esta división hasta 2030, limitando las opciones de reestructuración a corto plazo.
Para financiar esta costosa transformación, Intel cuenta con un respaldo económico significativo. Ha recibido 5.700 millones de dólares en subsidios del CHIPS Act, a los que se suman inversiones estratégicas de 5.000 millones de dólares de Nvidia y 2.000 millones de SoftBank. A nivel corporativo, el grupo reportó en el tercer trimestre unos ingresos totales de 13.650 millones de dólares, un aumento del 3%, con un beneficio ajustado por acción de 0,23 dólares que superó las estimaciones del mercado.
El sentimiento analítico permanece dividido. Mientras que la firma Benchmark establece un precio objetivo de 50 dólares con una recomendación de "comprar", el consenso general se sitúa en "reducir", con un precio medio objetivo de 34,84 dólares. La industria tendrá puesta la mirada en la CES de enero de 2026, un escenario clave donde Intel deberá demostrar la credibilidad de su hoja de ruta tecnológica y comercial.
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